Mejor sin Valentín


Cuando era adolescente, el 14 de Febrero me resultaba la fecha más deprimente del año. Si salía a caminar y veía parejas de la mano, en mi mente les vaticinaba un inminente final ("En dos semanas se pelean", pensaba). Y claro: ¿de qué otra manera podía sentirme en un día como este, estando soltera de manera involuntaria?
Ese sentimiento de desolación desapareció el año pasado cuando (¡por fin!) me tocó pasar San Valentín estando de novia. Con una emoción acumulada durante 24 años, comencé los preparativos: hablando con sus amigos, descubrí que el hobby durante su infancia había sido coleccionar estampillas. ¿Qué regalo podía ser más romántico -y ñoño- que un álbum lleno de estampillas con nuestras fotos? ¡Ninguno!
Recolecté nuestras mejores fotos, diseñé las estampillas, las imprimí, las recorté con una tijera zigzag para simular el borde de un sello postal real. También, con mis propias manos, hice un album con un sobrecito individual para cada una.
Mi labor había sido tan ardua, que no veía las horas de que llegara el Día de los Enamorados para ver su reacción. Envolví el regalo en una super bolsa con un gran moño. Cuando, de a poco, él fue desenvolviendo el álbum, y finalmente descubrió de qué se trataba, apenas atinó a sonreir y dijo "Gracias! Pero... ¿qué es?".
En ese momento, volví a odiar esta fecha. Y hoy estoy en condiciones de afirmar que prefiero pasar el 14 de febrero Sin Valentín.

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