La sala de espera estaba repleta de pacientes de todo tipo de tamaño, edad y nivel de impaciencia. En la silla del frente había una mujer - "de unos 30 y pico", adivinó Juana- que había dejado sus muletas en la mesita que estaba junto a ella. En su regazo estaba un niño de unos tres años - "camina solito y habla bastante bien"- que gritaba cada vez que se acercaba su papá. "Papá, maaamoooo", repetía cuando el hombre, vestido con un mameluco gris, se detenía frente a ellos después de dar cortas caminatas por los pasillos.
Radiografía de una sala de espera
La sala de espera estaba repleta de pacientes de todo tipo de tamaño, edad y nivel de impaciencia. En la silla del frente había una mujer - "de unos 30 y pico", adivinó Juana- que había dejado sus muletas en la mesita que estaba junto a ella. En su regazo estaba un niño de unos tres años - "camina solito y habla bastante bien"- que gritaba cada vez que se acercaba su papá. "Papá, maaamoooo", repetía cuando el hombre, vestido con un mameluco gris, se detenía frente a ellos después de dar cortas caminatas por los pasillos.
Detrás de la puerta
Antes no me ponía tan nerviosa cuando tenía que cruzar la puerta de mi casa. Pero desde hace unas semanas, eso cambió: como esas señoras presumidas que se pintan de rojo los labios para ir al almacén de la esquina, yo me peino lo mejor posible, cambio el jogging por un jean, la remera por un lindo buzo, los anteojos por el rimmel, y salgo.
Si todo sale bien, volveré con una sonrisa, como cada vez que el destino se cruza en mi camino.
Nada complejas...
- Las mujeres son complejas
- Vos sos mujer, por lo tanto, sos compleja
Fue un baldazo de agua fría. Nunca nadie lo (o me) había explicado tan bien. Hasta aclaró que no utilizaba el adjetivo "complicada" (típico de los hombres cuando se refieren a nosotras), porque le parecía que tenía una connotación peyorativa que no se correspondía con lo que él quería decir.
No me enojé. Tampoco me ofendí. Pero esas frases todavía retumban en mi cabeza. ¿Cómo pretenden que seamos de otra manera? ¿No es eso acaso lo que nos hace interesantes? Cuando ellos esperan que digamos que sí, les decimos que no; aunque tenemos antojo de tomar un enorme helado, nos conformamos con una ensalada -para no engordar, vio?-. Cuando otras usan una pollera bieeeen cortita, les decimos gatos; pero si la usamos nosotras o alguna de nuestras amigas, es lo que está de moda. Cuando un chico nos busca demasiado, no lo toleramos; si no nos da bola, nos desesperamos. Si me gusta un chico, trato de no mostrárselo... Sin embargo, termino siendo tan evidente, que bajo los brazos y renuncio a la conquista, por miedo a que se de cuenta de mi intención.
¿Complejas? Nooo... Todo depende cómo se nos mire.
¿Periodista?
Verlo o no verlo...
"¿Quiero verlo?", me pregunté. La última vez que se me presentó esa duda, sólo había lugar para una respuesta: sí, quiero verlo. Quería verlo. Y así lo hice.
Hace cuánto...¿un mes, dos quizás? fue la última vez que nos encontramos. Por obra de la casualidad y por culpa del destino, compartimos no más que media hora. El bermuda que vestía indicaba que todavía no había pasado por esa especie de "rito iniciático masculino" que los obliga a ellos a usar pantalón largo. "Sigue siendo un niño", pensé y me reí por dentro. "¿Te gusta mi look?", me preguntó. "Sí", respondí con seguridad. Pero la verdad era que no, no me gustaba para nada. De todos modos, no me importaba. Era él, y eso era más que suficiente para que una sonrisa inundara mi rostro.
Tres palabras, dos abrazos y un beso después, ya no estaba.
Una semana después se fue de viaje por el mundo y desapareció. Ni un mensaje; mucho menos, una llamada. Me acostumbré tanto a su ausencia que lo que en un principio era abstinencia, ahora es una respuesta: no quiero verlo...
... hasta un próximo encuentro.
De nuevo en el mundo real
El primer lunes que no estuvieron juntos, ella no lloró. Salió al centro, visitó a sus amigas y hasta durmió la siesta. "¿Qué está pasando?", se preguntó. Más rápido de lo que jamás hubiera imaginado, había empezado a recuperar su vida. Su antigua vida.
Los días siguieron así y cada vez, su sonrisa era más grande. Una semana más tarde, ya ni siquiera lo recordaba. Menos aún lo extrañaba. Estaba empezando a aprender, de nuevo, a vivir. A vivir sin él. Y a ser dueña de su tiempo, de su vida, de sus siestas.
"No hay mal que por bien no venga", piensa ahora y sonríe, mientras escribe.
Decidite, por favor
Y es tan largo el olvido...
Desde la primera vez que nos besamos, mi imaginación no paró de funcionar. Las postales que creó fueron miles. Todas tenían tres denominadores comunes, que formaban uno solo: vos, yo y una gran felicidad. Pero las escenas que realmente existieron no se parecieron en nada a las que solía imaginar.
Más abajo
Este tren que nos rasca la planta de los pies resultó ser un bicho bastante impersonal. En realidad aún no logré descubrir si el bicho es impersonal o si las personas son tan individualistas que ni se miran la cara cuando suben y bajan las escaleras, ni mientras viajan.
Lo positivo es que descubrí para qué fueron inventados los reproductores de MP3, los celulares con MP3 y los Ipod: para viajar en subte!!! El ruidito que hace la cosa esta al recorrer las vías es tan escalofriante, que no hay nada mejor que una buena música para evitarlo.
Por ser mi primera vez, elegí un asiento que estaba casi al final del vagón, por lo que podía ver lo que ocurría en el que seguía. Horror. Espanto. Una telita gris (según mi ignorancia) unía uno con otro, y cada dos por tres parecía que se iban a separar. Yo sé que no es habitual leer en los diarios que hubo un accidente en el subte, pero siempre hay una primera vez para todo!
Primera estación. Segunda estación. Tercera estación. Cuarta y bajada. En menos de 10 minutos llegué a un destino que, de acuerdo con la Guía T, quedaba por lo menos a un mapita de distancia.
Qué buenos son los subtes, no?
Entre el calor, la telita gris, los MP3 y las paradas, ni me acordé de él.
Si Buenos Aires no fuera así...
En el momento en que me asomé a la calle, la ciudad perdió ese encanto imaginario que siempre había tenido en mi mente. Hasta el lunes, yo era Faivel (el ratoncito que quería conocer "América") y estaba convencida de que un mundo maravilloso me esperaba afuera de la terminal. Sin embargo, los primeros pasos parecían indicar que iba a suceder lo contrario.