Adivinanza

Esta vez no voy a esforzarme por entenderte. No voy a exprimir mi cabeza con tal de adivinar qué te pasa.
Nos conocimos, hablamos, nos cruzamos. Me escribiste, te respondí. Volviste a mandarme un mensaje y sonreí.
Me gustaste desde que te vi. Si te pasó lo mismo, o no, es lo que todavía no pude descubrir. Pero me propuse esperar. Ser paciente. Seguir adelante y no intentar entenderte.

Ser o no ser (princesas)


"Hay que ser como Mulán" es lo que hoy concluimos las miles de mujeres que, con profunda curiosidad, decidimos ver este video:

Las princesas no son inteligentes

Nos sentimos identificadas; nos reímos un rato (uno nada más) y, apenas termina el video, llegamos a la inevitable conclusión de que todas, alguna vez, fuimos como Mulán. Todas dejamos de lado a la princesa ingenua y nos subimos al caballo del príncipe. Todas nos cansamos de esperar que nos buscaran, saltamos desde el balcón más alto de la torre y nos lanzamos a la aventura de encontrar quien nos alcanzara el zapatito de cristal. Todas nos enfrentamos al dragón más feroz, con tal de llegar al otro extremo del puente colgante. Pero, a diferencia de lo que ocurre en los cuentos de hadas, mientras  nosotras vencíamos los obstáculos, Eric, Aladdín, John Smith, Fernando, Enrique o Felipe corrían para no ser alcanzados.
Ante esto, cabe preguntarse: ¿nos conviene ser Mulán, o actuar como princesas, al igual que los hombres? Y si todos somos princesas, ¿algún día nos encontraremos unos a otros?

Me quiero



Si me escribías, me derretía. Si me saludabas, sonreía. Si te cruzaba, me estremecía. Y si me invitabas, salía.
Si le presumías, me escondía. Si la besabas, huía. Y si la abrazabas, moría. 
Hoy no te saludo. No me humillo. No me sonrojo. No me escondo.
"¿Por qué antes sí, y ahora no?", me preguntó él. "Porque ahora me quiero", le respondí.
Y así, hoy por fin puedo gritar que todo terminó.

De oreja a oreja



Se despertó con una sensación extraña. Ciertamente no era desconocida, pero sí podía afirmar que había pasado mucho tiempo desde la última vez que una mañana la descubrió así.

Se miró al espejo y en su reflejo vio una expresión que ya había olvidado: por lo menos diez dientes (cuatro arriba y seis abajo) la saludaban entre sus labios, que estaban arqueados hacia arriba. Sus ojos estaban más achinados que de costumbre, y sus mejillas habían decidido acurrucarse cerquita de sus párpados inferiores. Un poco más abajo y junto a las comisuras de sus labios, dos arruguitas  formaban un holluelo difícil de disimular.

Eso que encontró esa mañana era, nada más y nada menos, que una sonrisa. Una sonrisa de  felicidad; de felicidad por haberlo visto; por haber saldado ese beso pendiente; por haber sentido el calor de su abrazo.
Unas horas más tarde, los dientes se escondieron, los labios recuperaron su rictus habitual, sus mejillas se relajaron y los holluelos se esfumaron. Desde entonces sólo espera que el artífice de su sonrisa vuelva a aparecer y dibuje, una vez más, ese gesto de felicidad.

¿Roto o descosido?



Un amigo me dijo el martes que "siempre hay un roto para un descosido". 

Si soy simpática casi todo el tiempo. Si puedo mantener una conversación de, al menos, 5 minutos. Si soy más linda que fea. Si me divierto con sus amigos tanto como con mis amigas. Si tengo un título -además del de hija y hermana- y tengo trabajo. Si vivo sola. Si mi enumeración puede seguir un rato largo...
...soy el roto o el descosido?

Cuando devele este secreto, quizá recién entonces te encuentre.

Al alcance de la mano

Estás ahí, a escasos 50 metros. Ahí, donde te dejé la primera vez y donde ahora te vuelvo a encontrar. Ahí, muy cerca. Ahí, donde no pensaba verte.
Estás ahí, en el lugar de siempre. Ahí, donde el viento te deja siempre despeinado. Donde el reflejo del sol en tus anteojos no deja que se luzcan tus ojos. Tus ojos verdes y chiquitos.
Estás ahí, al alcance de la mano. De eso no hay dudas.
¿Te podré alcanzar?