De nuevo en el mundo real


Cuando se despertó, hace 27 días, él se había ido. "No está. Después de 15 meses se fue", pensó y se secó las lágrimas que le humedecían las mejillas. Se levantó de la cama y se lavó la cara. Dos palabras eran las únicas que sonaban en su cabeza: "se fue". La frase seguía sonando mientras desayunaba, mientras se cambiaba, mientras almorzaba. Se transformó en un zumbido tan molesto que ni siquiera le permitió dormir la siesta.
Para evitar volverse loca, salió de su casa. Pero cada paso le recordaba que él se había ido. "Juro que no hice nada, lo juro", se repetía a sí misma, y pensaba en ellos y en ellas, que estaban con él.
El primer día fue un calvario. El segundo, también. Cuando se dio cuenta, ya había llegado el fin de semana. Se maquilló, se vistió con lo primero que encontró y salió. Puso un pie en la calle y no le dolió tanto abandonar su casa sin pensar en él. Sin pensar que tendría que volver temprano, como solía hacerlo. Sin pensar que al día siguiente debía madrugar. "Ya no tengo que hacer nada de eso", pensó y sonrió.
El primer lunes que no estuvieron juntos, ella no lloró. Salió al centro, visitó a sus amigas y hasta durmió la siesta. "¿Qué está pasando?", se preguntó. Más rápido de lo que jamás hubiera imaginado, había empezado a recuperar su vida. Su antigua vida.
Los días siguieron así y cada vez, su sonrisa era más grande. Una semana más tarde, ya ni siquiera lo recordaba. Menos aún lo extrañaba. Estaba empezando a aprender, de nuevo, a vivir. A vivir sin él. Y a ser dueña de su tiempo, de su vida, de sus siestas.
"No hay mal que por bien no venga", piensa ahora y sonríe, mientras escribe.