Siempre menos



Recuerdo aquellos días dorados en los que, sin preámbulo alguno, me saludabas e iniciabas conversaciones que podían durar horas, días y hasta semanas. Nunca menos. Siempre más.
Recuerdo aquellos -pocos- encuentros en los que, tras un abrazo, contábamos los minutos para que no nos separásemos y pudiéramos seguir tan entretenidos como en el primer segundo. Nunca menos. Siempre más.
También recuerdo esos mensajes de texto que comenzaban con un simple "hola" y terminaban en un almuerzo, un café o una cerveza.
Nunca fue menos. Siempre era más. Hasta ayer. La conversación no fue tal, y ni siquiera se inició. Del abrazo -por ende- mejor ni hablar. Y hubiera sido mejor que ese mensaje quedara solo en tu bandeja de salida.
De ahora en adelante, nunca será más. Siempre habrá sido menos.

La vida en un papel


Lo llené de firmas. Todas mías, por supuesto. El garabato se repetía una y otra vez, de arriba a abajo, y de izquierda a derecha. Cuando ocupé toda la superficie, la dejé a un lado, y la reemplacé por otra que aún estaba en blanco. En esa, a mi nombre le sumé el suyo. El y yo. Yo y el (aunque el burro vaya detrás). Corazoncitos grandes, medianos, pequeños. Corazoncitos con nuestros nombres adentro. Otros, vacíos. Algunos, rotos. Varios atravesados por flechas enviadas por un cupido invisible.
Después de 10 corazones, se había llenado de tanto amor que ya no cabía ni un trazo más. En ese momento llegó él. Y en menos de un minuto, la tercera servilleta se transformó en testigo de nuestro futuro: él dibujó la distribución de los espacios en el departamento. Yo señalé el lugar donde iría nuestra cama. En el dorso, calculamos cuánto dinero necesitaríamos para pintar cada ambiente, y para comprar los muebles, y las lámparas, y la alfombrita de "Bienvenidos".
Cuando terminamos el café, nos dimos con que ya no teníamos servilletas. No importó. Las habíamos usado para algo mucho más importante que borrar rastros de la merienda: habíamos escrito toda una vida en ellas.