...y el pescado sin vender



En el último año usé, por lo menos, dos veces la frase "y el pescado sin vender". Siempre la cité en broma: porque se acercaba mi cumpleaños N° 28, y me asustaba un poquito estar más cerca de los 30; o porque estábamos en diciembre y me resultaba jocoso postearla en Facebook. Sin embargo hoy, apenas unos días después de haber empezado octubre, esta frase me retumba en la cabeza y no de una manera muy feliz.
Mi 2014 había tenido un comienzo mejor que cualquiera de los años anteriores: me presentó el amor (el verdadero, el que te retuerce el cuerpo entero con cosquillas), me gratificó laboral y académicamente, y me llevó de viaje a lugares que siempre había soñado llegar. La sonrisa que vestía mi rostro no desaparecía ni con un litro de jugo de limón sin azúcar. Muchas de las cosas que había esperado durante mucho tiempo, por fin estaban conmigo. Era la protagonista de un cuento de hadas que recién estaba empezando a ser escrito. Y hoy estoy en condiciones de afirmar que el autor se cansó, se quedó sin tinta o se le rompió el microprocesador.
Hoy, 7 de octubre, el cuento de hadas se parece más a un cuento de la selva de Horacio Quiroga que a otra historia. El príncipe azul de enero se esfumó; apareció otro que no promete amor sino alguna moraleja que aún no logro desentrañar (y si el amor nos lleva a eso, no quiero saber dónde puede terminar). Del viaje me quedan los recuerdos, dos grandes amigas y el sueño eterno de vivir en otro lugar. Del trabajo y el estudio, mejor no hablar. Y la lista sigue, pero prefiero cerrarla acá.
En mi mundo, 2014 está acabado. Les pido a ustedes que escriban la moraleja.