Si Buenos Aires no fuera así...


Primera impresión: desorden. Primer sentimiento: pánico. Ahí estaba yo, en la puerta de la estación de ómnibus de Retiro, sintiéndome una pajuerana más, en medio de los miles que llegan a diario a Buenos Aires.
En el momento en que me asomé a la calle, la ciudad perdió ese encanto imaginario que siempre había tenido en mi mente. Hasta el lunes, yo era Faivel (el ratoncito que quería conocer "América") y estaba convencida de que un mundo maravilloso me esperaba afuera de la terminal. Sin embargo, los primeros pasos parecían indicar que iba a suceder lo contrario.
Después de instalarme en el dpto de una amiga, empecé a recorrer la ciudad con mi amada Guía T en el bolso (agradezco a Mr T o a quien la haya creado haberme permitido conocer Buenos Aires gracias a su idea). Un par de cuadras más tarde me di cuenta de que no era un lugar tan espeluznante como me había parecido al principio. Eso sí, tampoco era el país de las maravillas que imaginaba.
Muchos autos, bocinas, ruido, ómnibus, más autos, no tantas motos, gente, gente y más gente. Dos horas de caminata eran suficientes para el primer día, así que volví al dpto y me acosté a dormir.

Lo mejor es que entre tanta cosa nueva, ni siquiera te pensé.

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