Hasta la vista, baby...


Apretó tres veces el gatillo, mientras se mordía con fuerza el labio inferior. Cerró los ojos. "¡Pum! ¡Pum! ¡Pum!", escuchó. Suspiró. Una hermosa sensación de alivio -mezclada con culpa- invadió su cuerpo, y las gotas de sudor empezaron a correr lentamente por su cuello.
Nunca antes había hecho algo así, pero en las últimas semanas había sufrido tanto, que tenía que vengarse. Cuando abrió los ojos lo encontró tirado en el piso de su habitación, hecho pedazos, tal cual se lo imaginaba.
No lloró. No se arrepintió. No se amargó. Estaba orgullosa de lo que acababa de hacer; de ella misma; de su valentía. Y ese orgullo se veía en sus diabólicos ojos marrones que, más abiertos que nunca, contemplaban lo que quedaba de él, con rabia.
Se acostó a dormir al lado de los restos. Fue la mejor siesta de su vida.
Cuando se despertó, estaba más sosegada. Agarró la escoba y la pala que había dejado junto a la puerta de la habitación antes de disparar, y empezó a barrer para que no quedaran rastros de lo que había hecho.
"Listo", se dijo a si misma. Salió de la pieza y se dirigió al lavadero, donde estaba el tacho de basura. Sacudió la pala y sonrió. La foto de Mariano, su ex novio -y el único del que se había enamorado-, ya no estaba. Ahora podía avanzar, en paz.