De oreja a oreja



Se despertó con una sensación extraña. Ciertamente no era desconocida, pero sí podía afirmar que había pasado mucho tiempo desde la última vez que una mañana la descubrió así.

Se miró al espejo y en su reflejo vio una expresión que ya había olvidado: por lo menos diez dientes (cuatro arriba y seis abajo) la saludaban entre sus labios, que estaban arqueados hacia arriba. Sus ojos estaban más achinados que de costumbre, y sus mejillas habían decidido acurrucarse cerquita de sus párpados inferiores. Un poco más abajo y junto a las comisuras de sus labios, dos arruguitas  formaban un holluelo difícil de disimular.

Eso que encontró esa mañana era, nada más y nada menos, que una sonrisa. Una sonrisa de  felicidad; de felicidad por haberlo visto; por haber saldado ese beso pendiente; por haber sentido el calor de su abrazo.
Unas horas más tarde, los dientes se escondieron, los labios recuperaron su rictus habitual, sus mejillas se relajaron y los holluelos se esfumaron. Desde entonces sólo espera que el artífice de su sonrisa vuelva a aparecer y dibuje, una vez más, ese gesto de felicidad.

¿Roto o descosido?



Un amigo me dijo el martes que "siempre hay un roto para un descosido". 

Si soy simpática casi todo el tiempo. Si puedo mantener una conversación de, al menos, 5 minutos. Si soy más linda que fea. Si me divierto con sus amigos tanto como con mis amigas. Si tengo un título -además del de hija y hermana- y tengo trabajo. Si vivo sola. Si mi enumeración puede seguir un rato largo...
...soy el roto o el descosido?

Cuando devele este secreto, quizá recién entonces te encuentre.